Lavarse con agua y jabón es asunto químico y físico, no de opiniones

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Lavarse la manos

De las varias recomendaciones de salud pública mundial para prevenir el contagio de Covid 19 desde el principio de la Pandemia está el lavarse frecuentemente las manos con agua y jabón durante ~20-30 segundos, además del distanciamiento social de no menos de metro y medio, desaconsejar los lugares públicos y privados aglomerados con gente, sean parientes o desconocidos, e incorporado el uso sistemático de cubrebocas y nariz.

No se trata de una ocurrencia autoritaria de los gobiernos, quienes a ragañadientes secundan las recomendaciones de las ciencias de la salud, de la comunidad sanitaria mundial, integradas en la Organización Mundial de la Salud.

Llevo en mi memoria la frase lapidaria químico-clínica de mi padre Luis, “el jabón no está peleado con la pobreza” o “si el excremento humano brillara, México sería la Ciudad Luz y no París”, entre las décadas 50 – 70, época nada remota de la “transición” de México en términos de salud-enfermedad, entre las enfermedades infectocontagiosas (causadas por microbios) características del subdesarrollo o tercermundismo, da igual; y las enfermedades crónico degenerativas, características de las sociedades desarrolladas (cáncer, infartos cardíacos, diabetes mellitus, obesidad, etc.) 

En efecto, las vergonzosas imágenes de la pobreza asociada a niños esqueléticos con enormes barrigas (por amibiasis) decoraban la iconografía mediática, era enorme y consistente la relación de ambas frases lapidarias que con sorna describía mi microbiólogo; fecalismo a la intemperie y pésimas condiciones sociales de higiene.

El Estado inconsistentemente atendía ese contexto de salud pública. A los profesores de enseñanza primaria y media públicas se les dotaba de un manual de “Higiene para la Salud”. En el lenguaje técnico usado en el citado manual quedaba expuesta la inconsistencia para enfrentar le reto de salud pública frente a las enfermedades de la pobreza. Lo sé porque tuve el reto iniciático en la divulgación de la ciencia de adaptar, hacer comprensible ese texto en una serie de programas radiofónicos, con asesoría de parientes, amigos y colegas de la Escuela Nacional de Ciencias Biológicas. No me imagino a los profes tratando de descifrar ese lenguaje arcano.

La gran incidencia de las infectocontagiosas se asociaba a la pobreza y marginación por carencia de agua potable y de una cultura de la higiene, ésta última extrapolable a las otras clases sociales. En la instrucción “lávate las manos que ya vamos a comer” venía incorporado inexplícito y no consciente conocimiento científico. 

Lavarse las manos con agua y jabón es un asunto de reacciones químicas y cargas de energía, ahí tiene su sustento y explicación, no en las opiniones, creencias o supuestos de las trincheras de la opinión pública; y más recientemente en la mecánica de fluidos de la física, también y sin considerar la química del jabón.

Se atribuye a los romanos el invento del jabón. Sin embargo, existen evidencias que se remontan  a los cuatro mil años, en Mesopotamia, rastros de aceites con potasio y ácidos grasos, eso es el jabón (Centro de Educación Ambiental de España).

El objeto “jabón” se compone de moléculas triglicéridos, álcali, sales de sodio o potasio, con sus cargas de energía positiva o negativa. Como en una batería de coche, los electrones de un elemento ser corren hacia el otro en un medio que facilita ese flujo electrónico, catálisis. El caso es que los ácidos grasos del jabón reaccionando en agua con las sales de potasio o sodio, corta la grasa, caprichos de la química. La coraza del coronavirus está contenida de lípidos, grasa. El jabón diluye su coraza , “corta la grasa en segundos” (La química del jabón, Revista Digital Universitaria).

Sin considerar las reacciones químicas, el frotamiento de dos superficies rugosas (las manos) y las capas de fluidos agua, sales, ácidos grasos, de acuerdo a la teoría de lubricación en la física de capas delgadas de fluidos encajados entre superficies, son 20 segundos de frotamiento mínimo suficiente para desalojar cualquier partícula de doscientos nanómetros, o sea, desalojar hasta el virus (Nature, 20-08-2021).

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