Betelgeuse, buena oportunidad para responderle a Bob Dylan

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Betelgeuse
"Betelgeuse" crédito de Joël Kuiper

La constelación de Orión es uno de los objetos del cielo nocturno más conocidos e identificables popularmente. A infinidad de niñas, niños, nos dijeron, y hemos repetido por generaciones, que el cinturón del imaginario guerrero griego son los tres reyes magos; además, Orión domina el escenario de la bóveda celeste toda la noche en esta época del año, desde el Este al Oeste pasando por el cenit.

Uno de los cuatro puntos más identificables de Orión, además del cinturón (o los tres reyes magos), el más brillante, es Betelgeuse. Para los astrónomos se trata de una estrella variable, una gigante roja más o menos 20 veces más masiva que el Sol. Es variable porque su brillo no es constante.

Sin embargo, Betelgeuse rebasó el claustro astronómico para ocupar un lugar en la agenda de la opinión pública mundial con alarmismo (como suele tratar la prensa los temas científicos) y nos recetaron que “su explosión es inminente”, “Betelgeuse a punto de estallar”, “genera preocupación en los astrónomos”, “la supergigante roja más brillante, a punto de colapsar”, “podría morir y causar una gran explosión en nuestra galaxia”.

Lo cierto es que Betelgeuse, en efecto, abandonó su nicho de confort “variable” y su brillo se atenuó más de lo acostumbrado. Las estrellas masivas, de 20 o más masas del Sol, al agotar su combustible termonuclear suelen estallar violentamente, cataclismo que deviene en supernova, como llaman los astrónomos.

De hecho, la bellísima nebulosa del Cangrejo es el residuo de una estrella masiva que colapsó por ahí del año 1054, y su poderoso estallido regó su material por los alrededores, en ese cataclismo se fabricaron elementos pesados, entre otras cosas interesantes.

Los astrónomos no han tenido oportunidad de observar el instante previo al estallido de una supernova, por lo que no tienen la certeza que el extremado oscurecimiento de Betelgeuse devenga en un estallido que, lejos de alarmarlos, más bien los emocionaría. Envidia tendrán que la tribu Anasazi, en Nuevo México, haya podido ver en vivo y a todo color la supernova del Cangrejo, dibujándola sobre piedra hace unos 950 años.

Betelgeuse, cuyo brillo varía, palideció más de lo acostumbrado y no hay consenso entre los astrónomos que sea el preámbulo al estallido de una supernova. Si su oscurecimiento excepcional es la antesala de una supernova, no saben si sucederá mañana o en 100 mil años, tal vez tampoco su atenuamiento sea señal de su colapso. La languidez de su brillo quizá se deba también a una inestabilidad de su densidad, moviendo su energía de adentro hacia afuera; puede atribuirse también a la actividad magnética de la estrella o tal vez el material expulsado por la estrella esté creando una cortina de polvo atenuando su brillo.

Si se trata de los últimos momentos de la estrella roja gigante Betelgeuse, en el hombro del guerreo imaginario Orión, seríamos muy afortunados en observar su colapso, el destello sería tan luminoso o más que el de la Luna (más luminoso, no más grande).

El poeta, músico y premio Nobel de literatura, Robert Zimmerman, se preguntaba en su conocida balada “La respuesta está en el viento” ¿cuántos años tienen que pasar para que volteemos a ver el cielo? Esta es una buena oportunidad para contestarle, miremos el hombro de Orión todos los días y tal vez tengamos la suerte de ver el estallido de una supernova. La información confiable la pueden encontrar en Space.com, que a su vez fue citada por la revista Nature.