Migrantes y desplazados

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Crédito: Gloria Marvic

Una vez más surge el tema de los migrantes en la mediósfera, no solo los mexicanos y centroamericanos que buscan cruzar la frontera hacia Estados Unidos, sino los que migran por el norte de África hacia Europa vía España, los de medio oriente hacia Europa por Turquía, y ahora las migraciones por la operación militar de la Federación Rusa en Ucrania, eslavos, sean ucranianos o rusos.

Una amiga me hizo una aportación interesante, Josefa de Régules se llama ella, me dijo enfática: “en una especie gregaria por naturaleza el individualismo es suicida”.

Según la sociobiología, rama de la sociología que se ocupa de los fundamentos biológicos de los hechos sociales, “gregario es vivir agrupado con otros congéneres formando manadas, cardúmenes, colonias o, en el caso del ser humano, grupos sociales”.

La biología, la evolución de las especies, nos describe que la viabilidad de éstas contempla la variabilidad; en la nuestra, el cruce con otras etnias (sapiens tiene genes de Neandertahl), no en individuos sino en poblaciones.

Hoy día, si hubiera intercambio genético entre eslavos con indoamericanos, con anglosajones, con africanos, judíos, palestinos, similares y conexos, la viabilidad de Homo sapiens estaría antropológicamente asegurada. Por demás, todos ellos, todos nosotros, las raíces de unos y otros se hunden en África.

Así pues, resulta ajeno a nuestro ser humano la xenofobia, la “limpieza étnica”, el clasismo, racismo, individualismo, el egoísmo de ambicionar poder, dinero, propiedades, triunfo a costa de lo que sea y de quien sea sin importar los otros, despreciar a los migrantes sea por razones económicas o bélicas.

La historia de todos quienes habitamos cualquier lugar del planeta es la historia de la migración. De acuerdo con lo que se sabe, resultado de la investigación paleontológica, antropológica, genética; con herramientas como el radio carbono, el paleomagnetismo, los cada vez mayores hallazgos fósiles, hace unos 2 millones de años nuestros ancestros se aventuraron por primera vez a salir del continente africano, y apenas hace 15 mil años Naia y su pueblo Clovi llegaron a Yucatán, verdadera hazaña.

Ahora, en el minúsculo fragmento de historia de tan solo dos milenios se cuentan 82 millones de desplazados a la fuerza de su lugar de origen (Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados), emigrando en “patera” si no se ahogan en el camino, o por tierra si no se topan con tratantes de blancas, con la incertidumbre de ser regresados o intentar quedarse con los riesgos de racismo y xenofobia, y hasta en eso hay clasismo.

Sumémosle ahora la nueva guerra, 4.1 millones de ucranianos, mujeres y niños, han cruzado las frontera a occidente, 400 mil han llegado a Rusia, reciben protección en forma colectiva en ambos lados de la brújula. Pero no sean de otras naciones o de piel oscura porque nadie los quiere, “se aceptan a quienes son útiles para condenar la perversidad del enemigo” (Juan Pablo Duch, La Jornada 02-04-22).

Fuente: Agustí y Antón, “La gran migración”, Crítica, 2011)

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