El jaleo, los dimes y diretes en la esfera de la opinión pública en México eran los candidatos para las elecciones presidenciales de 2018; todo un reflejo, actuaciones y escenarios de lo que representaban cada uno de los personajes masivamente observados.
En las “muestras” de información, los medios dominantes, los tradicionales, los de siempre con sus batallones de opinantes en nuestras vidas, eran avasalladoramente desfavorables hacia uno y repartidamente favorables a otros. En la fecha que se cumplió, uno a uno los contendientes fueron anunciando masivamente, observados por todo el país, la mayoría de las “audiencias” (los ciudadanos) que “el voto no me favorece” y un discreto reconocimiento al más votado. ¿Cómo pudo suceder eso?
Poco después, en algún momento de su primera comparecencia masiva el candidato más votado, con todas las audiencias poniéndole atención aludió a unas “benditas redes sociales”. Se infiere que esa es y sigue siendo la explicación, una plausible causa de por qué no obstante la avasalladora mayoría de los medios de información hasta ese momento dominantes, sus opinadores, sus opinadoras y ya también sus mismas versiones en redes sociales, fallaron en su modelo para influir, pues no decae y crece el apoyo masivo a ese Presidente electo y hasta la fecha.
Una indiscutible explicación de ese fenómeno mediático que he descrito, de opinión pública, la más plausibles es por la popularmente llamada “Mañanera” que, se acepte o no, es un fenómeno con antecedentes universales de herramienta estratégica para ganar el discurso de la opinión, la describe Lenin en su “Qué hacer”, la experimentó magistralmente Orson Wells, la aplicaron los equipos de Roosevelt, Churchill, De Gaulle, Mussolini, Franco, Hitler, Tojo como un armamento más en la guerra tan esencial como los tanques, aviones, submarinos, cañones y munición. Las redes sociales eran clandestinas, con muy modestos medios y acusadamente de persona a persona, si acaso radiodifusión cifrada.
Las redes sociales, entre otros fenómenos de la evolución cultural, permiten ver que ciudadanos comunes en el mundo han modificado el papel de replicantes de la información, papel que antes cumplían solo los actores de los noticiarios del duopolio televisivo, por ejemplo, los locutores de la radio y los comentólogos, les llaman “influencers” y se multiplican exponencialmente.
En las más usadas “redes sociales” se observan diferentes, verosímiles con muchísima más soltura y menos actuación con muy diversas corrientes de opinión. Los “youtubers” han terminado por sustituir el papel de los otroras informadores o replicantes de información que inducían la opinión pública dominante y controlada. Algunos de ellos han continuado en su papel en las redes sociales, pero se han expuesto a diferenciar entre ser un periodista profesional o solo un lector de noticias que redactan otros.
En medio de todo eso ¿y la presencia de las narrativas, de las versiones confiables, revisadas, de la especie humana y los retos que le rodean en el fenómeno opinión pública? Es asombroso el contrasentido que siendo los medios resultado de la aplicación de conocimientos de la ciencia, ella es su gran ausente.
Observo desde mi perspectiva de periodista y comunicador público de la ciencia que hay un vertiginoso avance en el acceso a los avances y resultados de todas las áreas del conocimiento. Como un paréntesis, les comento que gracias a la tenacidad de una joven investigadora astrofísica es que se inició la Internet en México, no fue una corriente ideológica dominante, tampoco un modelo económico, no. Fue por la astrofísica.
Pero si consideramos la presencia de la ciencia en el discurso en las agendas, los contenidos, argumentos, las audiencias, por miles de habitantes, su presencia sigue siendo mínima. Sin embargo, en la confrontación de las ideas en la disputa por la nación se hace mal uso de la ciencia: se usa “el experto, la experta” (en endodoncia, por ejemplo) que da su opinión respecto al manejo de la pandemia, o el doctor en matemáticas que malabarea con cifras y opina del número de muertos por Covid 19.
Gracias a la Internet, abundan fuentes de información científica confiables, accesibles respecto a la especialidad que ustedes quieran y en el nivel de complejidad que apetezcan. Las empresas informativas están sobradas de recursos para acceder a esa información basada en evidencia, en experimentación. Inclusive, las empresas más prestigiadas en comunicación de la ciencia han flexibilizado sus formatos y suelen abordar temas que involucran a las ciencias sociales. Si no se difunde esa información veraz, se sabe que existe, es accesible, se infiere entonces que la mala información difundida que confunde a las sociedades frente a la pandemia es perversamente deliberada.
La presencia de discursos basados en conocimientos y evidencias en la agenda de la opinión pública, como es evidente, no interesa a los editores de noticias excepto en los casos que sirvan como piedra arrojadiza en el debate público interesado en influir en las corrientes de opinión. No obstante, es muy fácil encontrar elocuentes narrativas y discursos fundados en conocimientos en las redes sociales de muy buena calidad, triste y acusadamente en inglés, inclusive de las empresas mundiales de comunicación de la ciencia.