En 1949, el Banco de México reportaba que la producción de bienes y servicios, la ocupación de la población económicamente activa y los ingresos monetarios, llegaron a los niveles más altos que registra la historia del país. Este movimiento de ascenso ocurrió en todas las ramas de la actividad productiva, con excepción de la agricultura, que sufrió las consecuencias de una intensa sequía y de otros factores climáticos. La paridad con el dólar era de 8.65 pesos, lo que costaba un bono de tranvía para transportarse a cualquier parte de la CDMX durante una semana.
Destaco ese año porque fue cuando se fundó la República Popular de China. El 1° de octubre, Mao Tse Tung proclamaba de República Popular de China desde la puerta de la ciudad prohibida Tienanmen, después de una “larga marcha” y vencer en la guerra civil al general Chan Kai Shek y el Kuomingtan.
En esa década de los 50, China era una nación paupérrima, acusadamente analfabeta, agrícola, con grandes extensiones de tierra ociosa en manos de mandarines feudales, devastada por la invasión japonesa y una revolución social. En comparación, México era un país en pleno desarrollo con un crecimiento del 5% anual, el “desarrollo estabilizador”.
Siete décadas después, según las proyecciones de crecimiento reportadas por el Fondo Monetario Internacional antes de la pandemia, el índice del Producto Interno Bruto (PIB) de China era del 6.1, por encima de Estados Unidos con el 2.2, la zona Euro 1.3, Japón 0.7 y Rusia 1.3. En las proyecciones para el 2021, Estados Unidos tendría un crecimiento del PIB de 3.1, la Zona Euro, 5.2; China 8.2. (y México 3.5). https://www.imf.org/es/Publications/WEO/Issues/2020/09/30/world-economic-outlook-october-2020
La escala de desarrollo industrial de China ha sido a una velocidad impresionante. Para 1980 ya ocupaba el séptimo lugar mundial en producción, detrás de Italia, y superó a Estados Unidos en 2011. Este mismo proceso de industrialización al Reino Unido le llevó 150 años. Pero, además, China ha decidido dejar de ser la mano de obra barata mundial para convertirse en la Steve Jobs del mundo.
Hoy, y a partir de 2015, el dragón asiático busca lograr un avance tecnológico para promover su desarrollo económico y fortalecer su seguridad nacional, pese a sanciones y aranceles de occidente. Sus avances no son milagros, sino producto de la planificación, de una política científica de Estado.
En efecto, en 2006, el Estado chino se planteó el plan “Industrias Emergentes Estratégicas” para el desarrollo de ciencia y tecnología 2006-2020. En mayo de 2015, el Estado presentó un plan decenal cuyo objetivo fue convertir China en país desarrollado, plan conocido como “Hecho en China 2025”. Acompañando al plan hubo una inversión de 220 millones de dólares en ciencia y tecnología del gobierno chino. Un reflejo de esa inversión es el reporte de la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual que atribuye a los chinos el incremento de 18.7 % de solicitudes de patentes, equivalente a 1 millón 100 mil solicitudes.
China deja de depender de la tecnología extranjera y desarrolla la propia. No solo es un asunto de inversión para la investigación y el desarrollo en abstracto, sino de sus intereses como país, como nación. Su política científica se enfoca en la nuevas tecnologías de la información y comunicación (ya son líderes en 5G y en octubre lanzaron un satélite experimental para 6G), modelos numéricos y herramientas para correrlos; tecnología aeroespacial, transporte marítimo de alta tecnología, modernización y equipamiento del transporte ferroviario, nuevas energías y vehículos ahorradores de ellas, nuevos materiales, dispositivos médicos y medicamentos (ahí está el abastecimiento mundial de cubrebocas KN95, respiradores mecánicos y dos vacunas contra Covid 19), maquinaria de agricultura y equipos de potencia.