El sistema mundo, la globalización, ha dado muestras de ser una entelequia, una fantasía de la imaginación. La llamada Unión Europea, por ejemplo, iniciada la pandemia dio muestras que de Unión sólo tenía el nombre o sólo sirve para cobrar adeudos, como cuando “unidos” doblegaron a Grecia en julio de 2015, por ejemplo.
Con la pandemia Covid 19 cada país ha jalado por su lado. La presidente del Banco Central Europeo, Christine Lagarde, exdirectora gerente del Fondo Monetario Internacional, defendida denodadamente que no dijo lo que sí dijo, en varias ocasiones se ha referido a que los ancianos viven demasiado y eso afecta la economía (El País, 11-04-2012), en la pandemia se le fueron a la yugular; el primer ministro italiano Giuseppe Conti decía que su país tenía todo controlado (30-01-2020); Boris Johnson, premier británico, dijo que deberíamos seguir nuestra vida como siempre (03-03-2020)… Y así una tras otra las potencias cerraron sus zaguanes y que el vecino se las arregle como pueda; la prensa internacional y de cada país (con pocas excepciones) atizó el fuego del caos con singular entusiasmo.
Ahora son las vacunas, los países y sus empresas fabricantes, la leña para el fuego del caos y el golpeteo político. Desde luego no ha variado el que cada país se las arregle como pueda (ignorando que la solución será mundial, de especie, o no habrá solución). Nuestra prensa zafia y sus repetidores en las redes cibernéticas no dejan pasar la ocasión de solazarse en todo está mal (según ellos), omitiendo aquello que ha sido responsabilidad de un modelo económico dogmático cuyas consecuencias padecemos con la pandemia.
Nuestro país, de forma modesta pero muy sólida ha creado un consistente sistema de salud pública para enfrentar enfermedades infectocontagiosas y crónicodegenerativas de los mexicanos, incluyendo la fabricación de vacunas, desde 1895, en el Hospital de San Andrés, con su Museo Anatomopatológico que comenzó a producir bacterinas y otros productos biológicos. Luego evolucionó a Instituto Bacteriológico Nacional (1905) por impulso de Don Justo Sierra, con especialistas mexicanos formados en el Instituto Pasteur de Francia; posteriormente Instituto de Higiene (1921). Ahí se fabricó la vacuna antivariolosa, 560 mil dosis; suero contra neumococo y estreptococo, carbunco, difteria y tétanos; antialacrán (1932), anticrotálico (1933), antigangrena y antirrábico, entre otros.
Para la década de los 40 las anteriores experiencias se integraron en el Instituto de Higiene y en los 50 como Instituto Nacional de Higiene. Produjo antitoxinas diftérica, tetánica, gangrenosa preventiva y curativa; suero antirrabia hiperinmune, suero antialacrán, antiserpientes; vacunas antivariolosa, antirrábica humana, anticoparatífica, antidifteria, antígenos, tuberculina, coccidiodina, histoplasmina y otros. Sus productos se distribuían, además de nuestras entidades federativas, a los países del Caribe, Centro y Sudamérica.
Hoy los institutos que desarrollaron sueros y vacunas se integran en Birmex (Laboratorios de Biológicos y Reactivos de México, S.A.). El 10 de junio de 2020, el diario El País publicó que “México fue una potencia en vacunas; ahora espera la de Covid 19 mirando al exterior”. Pero queríamos privatizar hasta el aire que respiramos, ¿no? (“moche” mediante).