No existen los malos o buenos manejos de las pandemias

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Apenas finalizada otra “pandemia” mortal, la Segunda Guerra Mundial, científicos, en su calidad de ciudadanos del mundo cabildearon, hicieron “amarres”, documentaron, amparados en evidencia acumulada, persuadieron a políticos de las naciones para crear organismos como la UNESCO y la OMS, para la educación, la ciencia, la cultura y la salud humana, patrimonios de la humanidad.

Existe evidencia que junto con los brotes de infecciones poblacionales, epidemias y pandemias, han existido discursos, narrativas en la opinión pública, en la plaza pública que, aprovechando el estado social de temor y alerta a lo desconocido, invisible, procuran arrastrar las emociones hacia intereses ajenos al fenómeno biológico, “coyuntura” para ellos en la arena para la lucha por el poder.

En aras de la libertad de expresión y las libertades democráticas, se usa de forma mezquina la enfermedad mortal. La historia documenta cómo las infecciones mismas han sido usadas para atacar al enemigo político, al señor feudal, al monarca, al enemigo “racial”. Reconociendo lo insostenible e inhumano de tales prácticas, las sociedades de naciones han acordado normas, reglas que por sí mismas no son garantía que se cumplan. Pero es peor no tener esos parámetros para armar el discurso correcto, razonable, comprobable que permita amarrarle las manos a la ambición del poder… y a la amenaza biológica.

Por su parte, el poder no es un mal en sí mismo, como tampoco lo es la energía nuclear o las rocas… Todo depende quién y para qué los use. De ahí también ese acuerdo social que llamamos democracia, el poder que otorgan los pueblos para gobernar. Igual, no basta con enunciarlo o que sus reglas estén escritas y sean garantía para que se cumplan.

¿Cómo hacer para que en medio de una pandemias los pueblos tengan acceso a la información confiable necesaria para que, como tal, enfrente el ataque de un agente infeccioso desconocido, invisible, mortal?

Podemos imaginar escenas de pueblos enteros, hombres, mujeres, ancianos y niños peregrinando por caminos huyendo de las pestes, de incendios o bombardeos desde antes del Siglo II (que se registra la primera pandemia). No existían organismos mundiales de salud ni autoridades sanitarias, no había redes sociales y la única información la propagaban los juglares. Sin embargo los pueblos sabían, intuían: confinarse o huir de la localidad infectada. Sobrevivían aquellos, pocos, cuyo sistema inmune resistía la infección.

En nuestros días, y desde la segunda mitad del siglo pasado, la OMS, el organismo mundial de salud pública, es un cuerpo colegiado integrado por científicos en fisiología y medicina, con un andamiaje de normas y acuerdos universales que los estados naciones aceptaron cumplir para enfrentar amenazas para la salud de todos los pueblos. Y es así porque las intervenciones frente a las infecciones biológica están basadas en el conocimiento científico, evidencia acumulada de las especies, incluida Homo sapiens sapiens, no en el poder de un Estado o de un gobernante en particular.

Lo que hacen entonces las naciones firmantes de los acuerdos de la OMS es instrumentar sus recomendaciones de acuerdo con los contextos sociales, económicos, políticos de cada cual. De ahí que Covid 19 nos haya mostrado en tiempo real a nivel mundial cómo cada país procesa la amenaza biológica de acuerdo con sus circunstancias, economías, y por qué carecen de sustento científico (aunque tengan título de doctores) quienes hablan de “buen” o “mal” manejo de una pandemia, porque no se puede “manejar” a un ente nanoscópico desconocido ni intervenir en el sistema inmune de cada persona sin tratamientos ni vacunas. Solo recomendar u obligar al confinamiento (mitigas la infección, pero los matas de hambre), distancia social y acompañamiento de los pacientes infectados mientras se desarrollan vacunas. A fin de cuentas una pandemia la controla la humanidad, no un país en singular.

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