Recién comenté sobre qué base científico-tecnológica se desarrolló la República Popular de China, respecto al escenario de la política económica mundial dominante. La referencia comparativa fue México, ¿cómo flotábamos en aquél ambiente económico bajo las unidades de medición mundialmente aceptadas, es decir, tasas anuales de crecimiento, producto interno bruto, índices de bienestar social, etc.
México, en los números del Banco de México, ahí la llevaba. No precisamente un “milagro” o una ocurrencia, estaba planeado por un economista mexicano con visión de Estado, reconocido en la historia documentada: Antonio Ortiz Mena. Existe la obstinación de reducir aquél acierto a un “milagro mexicano” en ese momento mundial. No se entendería ese momento del desarrollo sin el escenario mundial. Entonces, como ahora, ese modelo de desarrollo era una conducta de Estado en su “retaguardia”, como cualquiera otro Estado en la disputa de la hegemonía mundial.
Las naciones hegemónicas, varias monarquías y repúblicas mal vistas, se acababan de dar hasta con la cubeta por el dominio del mundo conocido hasta 1945. Todo el género masculino de las fábricas y los servicios de las naciones en conflicto, de los 18 a los treinta años, se convirtieron soldados. Todo el género femenino y el resto de los adultos mayores y los menores de 18 años fueron convertidos en “retaguardia”, y en consecuencia, objetivo estratégico para el enemigo con guerra psicológica. Las guerras y las pandemias se parecen mucho, son las poblaciones las que esencialmente cuentan, sufren y sobreviven con sus bajas.
Los modelos económicos y visión política de las potencias vencedoras eran radicalmente opuestas. Un mundo bipolar cuyos ejes dominantes eran Estados Unidos y la Unión Soviética, el resto era “periferia”, en la convicción de la Destrucción Mutua Asegurada. Es importante situar ese escenario mundial vigente para entender el margen de maniobra que tuvo el Estado mexicano para aplicar su modelo de desarrollo entonces, como ahora.
El modelo consistía en el fortalecimiento de la moneda nacional, reformas fiscales para el manejo cauteloso de los recursos, que incluía estimaciones de ingresos y egresos de las instituciones estatales descentralizadas y empresas estatales (“transparencia”, se diría hoy). Asimismo hubo inversión pública para fomentar la industrialización, con ayuda de créditos externos que no representaron más del 9% del producto interno bruto (https://www.gob.mx/agn/es/articulos/agnresguarda-memorias-de-la-epoca-del-desarrollo-estabilizador?idiom=es).
La finalidad de Ortiz Mena era resolver la alta inflación y la ausencia de un mercado interno robusto con mercancías nacionales. El programa buscó incrementar el ingreso de los campesinos y obreros, diversificar las actividades productivas del país, promover la industrialización, incrementar la productividad, estabilizar la moneda y generar nuevas fuentes de financiamiento para las empresas y garantizar la estabilidad social.
Un eje central fue concentrar la deuda en el financiamiento de proyectos en beneficio para la población y no, como se hizo en años recientes, en gasto corriente (alimentar a los funcionarios públicos). Describe Carlos Tello que las políticas no estuvieron meramente al servicio de la clase dominante, pero sí promovió con gran eficacia sus intereses (https://www.eleconomista.com.mx/opinion/El-desarrollo-estabilizador-20180405-0138.html).
Con sus matices, véase, compárese en la colaboración anterior, el proyecto que coloca a China a un paso de la hegemonía mundial. A mi juicio, la diferencia es que nosotros nunca hemos contemplado a la ciencia como un política estratégica de Estado.